sábado, 2 de julio de 2011

Todo es una gran obra de teatro.

Había una vez, un grupo de marionetas cuyo objetivo era representar una función teatral muy importante. O, al menos, les decían que era muy importante. Cada una de ellas tenía varios hilos atados a la cabeza y a los brazos para que todos y cada uno de sus movimientos pudieran ser controlados estrictamente. No sabían muy bien por quién, pero tampoco se lo preguntaban. Muchas ni siquiera eran conscientes de que estaban siendo manejadas y, por supuesto, era lo que pretendían los controladores: que las marionetas actuaran creyendo que lo hacían por voluntad propia, en vez de por imposición. Al fin y al cabo, “¿qué diferencia hay entre ser libre y creer que se es libre?”, preguntaban Ellos, sonrientes.

Pero no todas las marionetas creían tener libertad. Había algunas que sabían que estaban siendo manejadas, y que su papel en la función se reducía al papel que a Ellos les convenía que tuviesen. Sabían que sólo podían conocer lo justo para hacer sus cuatro nimiedades diarias, porque si conocían más, entonces también aspirarían a hacer más. Sabían que no les estaba permitido dar ni un paso más sobre el escenario de los que les correspondían. Y sabían que tampoco podían tener un aspecto que las diferenciara demasiado del resto de las marionetas, pues así cada una empezaría a desarrollar su propio estilo y dejarían de distraerse adquiriendo nuevos objetos para intentar imitarse unas a otras. Sí, algunas marionetas eran conscientes de todo esto.

Sin embargo, no hacían nada al respecto. ¿Por qué? Porque Ellos las tenían contentas hasta el punto de que no les importara en absoluto que las estuvieran utilizando. A las marionetas les daba igual que Ellos miraran por sus intereses, y no por los de ellas. “Mientras nos den todo lo que necesitamos”, decían, “¿qué más nos da que se aprovechen de nosotras? ¿Para qué queremos pensar, si vamos a estar cómodas de todos modos?”.

Durante la función, un dirigente tiró demasiado bruscamente de una marioneta y, sin querer, rompió sus hilos. Entonces, esa marioneta despertó. Y, al despertar, empezó a darse cuenta de que todo aquello era muy injusto. De que no se trataba de vivir bien o mal, sino de pensar por uno mismo y vivir como se quiere. De que todas las marionetas se satisfacían con las cosas que tenían porque las habían convencido de que las harían felices, y no porque realmente tuvieran la propiedad de hacerlo. De que es más valioso lo que no se puede ver y tocar, que todas las cosas materiales que poseían. De que Ellos sólo pretendían distraerlas en su bienestar mientras hacían lo que les daba la gana a su costa y, cuando algo les saliera mal, estaba claro que quienes pagarían las consecuencias serían las marionetas. De que había que acabar cuanto antes con aquella jerarquía. Y así se lo comunicó a sus compañeras.

Pero ellas no entendieron nada y se rieron, supongo que por eso de que la ignorancia siempre se ríe de la sabiduría. Y la marioneta que se había liberado supo que lo único que podía hacer para intentar que la comprendieran era cortar, uno a uno, todos los hilos que las mantenían atadas a Ellos.

5 comentarios:

  1. Me encantó el final :)

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  2. Muy bueno, excelente ejemplo para mostrar lo que pasa realmente en nuestra sociedad. Además, a parte del mensaje, el texto es muy entretenido de leer como si de un simple cuento se tratase, me ha encantado.

    Un saludo desde els-relats.blogspot.com

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  3. La libertad no es hacer lo que te da la gana, porque entonces te conviertes en esclavo de tus ganas.


    Buenísima entrada Nadia, sigue así de bien :)

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  4. Muy bueno!!! =) me gusto, voy a seguir leyendo tus entradas!!
    Que vaya bien!

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  5. Lo tildaría de tópico, pero lo cierto es que tras 2500 años sigue estando de actualidad, esta fabula socratica rescatada y versionada por tantísimos autores.

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